La geobiología mecánica ha muerto (por Aitor López)
14 de diciembre de 2020

Con esta lacónica frase, que me dijo un colega de profesión hace algún tiempo, sentí un gran alivio y refuerzo en mis propias convicciones.

Me explico: llevaba años observando que aplicar de manera automática los parámetros de la Geobiología moderna en un lugar concreto, sin considerar el factor humano, me alejaba de optimizar las condiciones de salud y bienestar de las personas implicadas.


Hay una interacción hábitat/habitante insoslayable. Las redes telúricas con sus nudos geopatógenos, los campos electromagnéticos, las formas de las habitaciones y su mobiliario…nos están influyendo, pero nosotros/as también afectamos a nuestros lugares de descanso. Hay fuerzas de la tierra más o menos estancas o fijas, como las fallas y venas de agua, pero las redes Hartmann y Curry, por ejemplo, son muy sensibles al estímulo electromagnético, tanto artificial (generado por la instalación eléctrica, aparatos eléctricos, etc. de nuestros hogares) como humano.


Nuestros pensamientos (estímulo eléctrico) y nuestro biocampo (magnético), aun siendo mucho más débiles que las energías terrestres, interactúan con las mismas; parecería que hubiese una resonancia entre ambas. A menudo me encuentro una línea Hartmann secundaria activada en la vertical de una cama (cuando la línea madre está fuera de la cama), justo donde duerme una persona con patrones mentales/emocionales autodestructivos, y entonces, me pregunto: “¿qué es antes, el huevo o la gallina?”. Moveríamos la cama de lugar, y probablemente, nos encontraríamos con la misma situación después de un tiempo…


Es importante contemplar el factor humano en nuestros estudios geobiológicos, también desde la dimensión de que cada organismo reacciona de manera distinta ante una misma realidad vibracional. Nuestro estado anímico, alimentación, estrés…no son ajenos al todo reflejado en nuestro hogar, en nuestra cama.

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